Robert Zemeckis es la mente brillante detrás de Volver al futuro, Forrest Gump, Náufrago, Contacto, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y de La muerte le sienta bien. No siempre acierta pero nunca se queda corto en ambición: le gusta experimentar, desafiar las formas narrativas del cine, incluso cuando el resultado es discutible. Y eso, en una industria cada vez más cómoda con las secuelas y remakes, se agradece.
Su nueva película, Here, lleva un nuevo concepto al extremo; está narrada desde un único punto de vista fijo. La cámara no se mueve nunca, incluso a través de los tiempos, entre el pasado prehistórico hasta un futuro post pandémico, narrando las alegrías y decepciones de las familias y personajes que allí habitaron.
Todo ocurre en el mismo rincón de un living, que funciona como una especie de cápsula espacio-temporal. Así que vemos a Tom Hanks y Robin Wright empezando su relación, teniendo hijos, cumpliendo varios años de casados y envejeciendo, todo desde el mismo rincón del living.
Es una película muy ambiciosa y con mucha teatralidad impuesta por esta quietud de la cámara fija. Por momentos se siente más cerca de una obra de teatro que un film. Está disponible para ver en Amazon Prime Video.
Here: ver la vida pasar desde un rincón del living
La narrativa es no lineal y salta del pasado al futuro (y viceversa) con una lógica más poética que cronológica, lo que a veces puede resultar confuso. El recurso de los “cuadros dentro de cuadros” -con el que se representan varios momentos temporales superpuestos en un mismo plano- no termina de funcionar del todo; aunque eso ya existía en la novela gráfica de 2014 de Richard McGuire (más conocido por sus portadas para The New Yorker), en la que se basa la película. Originalmente fue publicada con 6 páginas en 1989 y ampliada como novela de 204 páginas en 2014.
Lo que sí me conmovió es cómo la película logra capturar la nostalgia que habita los espacios, la huella emocional de los recuerdos, el vértigo del paso del tiempo. Here habla de lo efímero y de lo que permanece. De cómo una casa -o incluso una esquina del living- puede ser testigo de todo lo que somos. Como cuando volvemos a una casa vacía y escuchamos, en silencio, todo lo que alguna vez se dijo ahí.